viernes, 19 de marzo de 2010

Amuleto.

EL SUEÑO DE EVE

1
Al llegar la mañana el frío logra colarse dentro de la habitación, es como si la luz tenue del distante sol ya debilitado a estas alturas del año acorralara a ese helado cierzo, obligándolo a refugiarse en las casas de los hombres. Lo he visto atravesar los cristales, aprovechando de estos su inconsistencia sólida, empañando su superficie e iniciando el llanto matutino de tantos años sobre el cristal. De igual manera lo he visto frente a mi rostro, intentando penetrar por mis labios para corromper mi cuerpo, los acaricia hasta que el color morado en estos duele al llegar al hueso de las encías.
Las mañanas frías de fin de año hacen que olvide el sueño de la noche anterior, con esto mis días se convierten en la rutina de todos los finales de año. Los hombres de blanco pronto llegaran, una vez más me cuestionarán acerca de la noche anterior, del sueño que tuve, y al ver que mis recuerdos más lejanos son los del último atardecer y los más recientes los de la mañana que inicia, comenzarán a inventarme una historia cruel y sangrienta de la cual han de asegurarme que soy la autora de tales atrocidades.
El invierno roba mis sueños, se apodera de estos para jugarme bromas pesadas, las noches largas que no conozco deberían ser de insomnio para contagiarme de estas y acumular sueños frescos para cuando la primavera me libere de esta prisión cristalina. Y así no tener que soñar las historias que los hombres de blanco me cuentan durante el invierno.
El cruel invierno dirige mi vida cuando su poder es tan grande como para poder hacerlo, lo ha hecho así desde aquella tarde del invierno del noventa y seis cuando perdí el conocimiento y a la mañana siguiente no me encontraba en casa. Los hombres de blanco habían conectado mi cuerpo a unos aparatos enormes que medían lo que les interesaba de éste, habían cambiado las ropas escolares que llevaba ese día por una bata blanca que en un principio me hizo sentir como parte de su equipo, ahora se que sí lo soy, pero sólo una pieza más de sus experimentos.
Fue aquella mañana del invierno del noventa y seis cuando uno de ellos ingreso a la habitación de cristal, recuerdo que se presentó ante mi como el médico encargado de mi caso, dijo su nombre el cual no recuerdo. Después hizo que los demás salieran, se sentó junto a la cama en la cual me encontraba e inició una serie de preguntas acerca de los problemas que aseguraban que tenía.
A ese hombre no he vuelto a verlo, hoy llegará otro al cual no conozco e intentará continuar con lo de todos los inviernos.

2
Eve despertó envuelta entre las sabanas blancas, el frío iniciaba el espectáculo de todos los días cuando encontraba la forma de colarse en la habitación cristal. Eve titiritaba de frío en la cama, con los labios morados, apretados en su lucha por impedir que el mal le entrara al cuerpo. Después de tanto esfuerzo un tibio haz de luz le iluminaba el pálido rostro. Los hombres de blanco pronto llegarían, su noche sería reinventada como todos los días de invierno y su sueño jamás tendría fin.
Eve se incorporó de la cama después de intentar recordar lo que había ocurrido durante la noche anterior, deseaba decirles que había soñado un sueño normal, le era imposible recordar algo. Ahora el sol bañaba su cuerpo entero, lo cual ayudo para que despertara por completo. Frente a ella vio su reflejo en el cristal, las sabanas blancas que cubrían su cuerpo se encontraban con rastros de sangre. “¿Qué sucedió?” al observar sus manos se sorprendió al verlas teñidas por el color rojo de la sangre. Desesperadamente intentó recordar lo que había sucedido después de que su vista se nubló al caer la tarde del día anterior. El llanto no le fue suficiente para dejar de sentirse culpable por lo que a diario los hombres de blanco le decían. Ya no comprobó si en verdad era sangre lo que pigmentaba sus manos. Regresó a la cama, los hombres de blanco pronto llegarían.
El día anterior mientras observaba el atardecer inventó una hermosa historia en la cual se observaba fuera de la caja de cristal, avanzando entre el invierno más cruel que jamás se había visto, ella corría, saltaba y gritaba de felicidad ante su inesperada libertad. En su recorrido el campo nevado se tornaba en un campo florido y alegre de primavera. Había deseado que así fuera, vencer al invierno y alejarlo para siempre de su vida.

3
“Así inició tu sueño, Eve, saliste de la habitación de cristal e iniciaste tu valiente aventura frente al anochecer helado. Tomaste la decisión de enfrentar a tu implacable verdugo, lo retabas como nunca antes te había visto hacerlo, estabas decidida a no cederle ni un solo centímetro de tu espacio, ni un instante más de tu vida. Tu mirada lo estaba acorralando, no ibas a darle la espalda hasta no vencerlo. Sin embargo, el invierno sabe bien de ti, Eve, de tu placer por la sangre y el dolor, de la forma tan maniaca en como buscas la crueldad y el pánico de la mirada de los hombres que te obligan a matar.”
“Una vez más lo intentaste, Eve. Abandonaste la habitación de cristal justo al iniciar la noche, burlaste los sistemas de seguridad como todas las noches de invierno. Eras libre y feliz de serlo, pero había que reinventar tu vida, encerrarte en el sitio apropiado para que tu cabeza no vuele hacia el lado de la libertad. Cuando naciste hubo algo dentro de ti que les incomodó a los hombres, y fue ese sueño tuyo el cual no les agradó, al que han llamado el sueño de Eve”.
“Después te viste en la necesidad de pelear por tu libertad, enfrentaste a los que deseaban verte presa en la sociedad que habían creado para ti. Con uñas y dientes has defendido desde siempre lo que crees tuyo y te diré que jamás he visto algo similar. Tranquilízate, Eve, pronto llegarán los hombres de blanco a reinventar tu noche.”

El sueño de Eve

Al finalizar el trabajo de todos lo días el regreso a casa era lo más deseado, el recorrido de tantos pensamientos, el recuperar las ideas que el día anterior habían salido de su cabeza para quedarse flotando a media calle, madurando a solas. Alargar esas caminatas se había convertido en la rutina más agradable, desviarse hacía el lado del bosque e ir hasta la orilla del lago para observar la puesta del sol de primavera.
Esa tarde era diferente, salió una hora antes sin importarle el reporte que iba a recibir por parte del supervisor. En los quince minutos que la empresa le otorgaba para comer la había pasado llorando en el baño, recordando las palabras de una mujer a la cual no conocía, la que en un sueño perverso le había despertado unas noches antes, una mujer con ojos de fiera, con garras de bestia, una mujer que le dijo el error que Eve cometió.
“Naciste, Eve. ¿Qué más deseas? ¿En qué piensas ahora?”
Para Eve pensar en sí misma era el problema, el sentirse un humano le era complicado después de haberse formado de un horrible tumor que durante meses tuvo forma de nada, tan sólo un bulto deforme con pelos, dientes y huesos.
“¿Qué fui al nacer, madre?” Ya lo había preguntado cuando niña.
“¿Qué ocurrió después con mis malformaciones, madre?” En su cabeza permanecía una vieja imagen de sí misma dentro del vientre materno.
“¿Quién ha salvado mi cruel apariencia, madre?” El espejo le decía más de lo que alcanzaba a ver frente a éste.
“¿Por qué nací, madre?” Deseaba saberlo todo, lo más que pudiera antes de desaparecer.
“¿Recuerdas el tumor, madre. A la bestia deforme dentro de ti, al intruso de tu virginal cuerpo, de tu existencia, lo recuerdas, madre. A esa cosa extraña que habitó tu cuerpo durante más tiempo del normal, lo recuerdas, madre?”
Eve se desvió por el camino del bosque, lo que menos deseaba era llegar a casa. El lago la tranquilizaría, aunque ahora tendría que esperar más tiempo la puesta del sol.

“Naciste, Eve. ¿Qué más deseas? ¿En qué piensas ahora? Besa la tierra que has de pisar, la cual ha de recibirte al final de tus días. Olvida lo que han inventado para ti los que creen controlar tu vida, Eve. Ahora eres real, eres tierra, agua, fuego, aire, eres quien regresará a mí al final de tu mirada. Recorre mis caminos antes del final y no la cabeza de los hombres, no su vista que deforma lo que les he otorgado, no su pensamiento poseído por las invenciones monótonas que para su espíritu engreído han creado. Recuerda que no eres como ellos, Eve. Al nacer se te concedió la libertad y debes impedir que tu alma sea raptada. Jamás dejes de observar el horizonte ni la vida que por todas partes tiene su espacio. Naciste, Eve. ¿Qué más deseas? ¿En que piensas ahora?”
Eve despertó de pronto, se encontraba en la habitación de su casa, junto a ella estaba su madre, quien la observaba atenta, con la mirada perdida en algún punto de su rostro. Recordó como flotaba dentro de ella con tanta deformidad.
“¿Qué ves en mi, madre, recuerdas el tumor al ver mi rostro, madre? Tu lo sabes, ¿Por qué nací, madre?”
“Duerme, Eve, el sueño no ha terminado, ya vendrán los hombres de blanco a reinventar tu vida. Llegarán con sus ciencias exactas para terminar con tus días. Duerme, Eve, cierra los ojos, tan sólo espera el final.”
Eve se recostó de nuevo, al cerrar los ojos vio el lago y sus aguas mansas, del otro lado alcanzó a verla, la mujer felino acechándola, esperando el momento exacto para ir por ella.
Eve despertó de golpe, flotaba dentro del recipiente de cristal sobre la mesa. Flotaba y lloraba, flotaba y pensaba, flotaba y lloraba más, flotaba y no se movía, tan sólo flotaba en la sustancia viscosa que no le desagradaba del todo, pero tan sólo flotaba.
Eve despertó envuelta entre las sabanas, una vez más estaba en la habitación de cristal, en la cama helada de invierno. El sol aún no salía y los hombres de blanco llegarían más tarde. Se recostó sobre la cama para llorar en silencio, tenía en su cabeza la imagen de su madre arrullando dentro su vientre a su hija.
¿Naciste, Eve? ¿Qué más deseas? ¿En que piensas ahora?
— Recuerdo el sueño… — exclamó antes de caer dormida una vez más.

AGUARDIENTE AMARGO

Mi tatarabuelo materno desapareció en la revolución, en una noche oscura en la cual las fuerzas federales y los villistas se disputaban la plaza en una cruenta batalla, esa noche el desapareció, eso es lo único que sé de él. Desconozco su nombre y la hasta que edad vivió, lo único de lo que estoy seguro es que no estuvo del lado del gobierno. Lo sé porque recuerdo las historias que la bisabuela Vicenta contaba, historias de antes de la guerra, otras más de lo que ella vivió de la revolución, en carne propia. Aunque nunca habló de él. Mi abuelo materno murió esperando la siguiente revolución, deseoso siempre de usar su vieja carabina en contra del gobierno y ser el General rebelde del centro del país, movilizando a miles de soldados jóvenes, soldados revolucionarios que no tuvieran en la cabeza los dólares del otro lado. La carabina la mantuvo bajo llave en su ropero toda la vida.
Toda una tradición revolucionaria dentro de mi familia materna, que aunque ninguno de ellos hizo algo significante, pues queda el pensamiento rebelde, el de ideas nuevas, progresistas, socialistas, comunistas, anarquistas, ideas liberales, las cuales implantaron en mi. Ideas que en su tiempo quedaron sólo en eso.
Más sin embargo, por el lado paterno hubo grandes avances en lo que a rebeldía se trata. Hombres de acción y reacción. Mi abuelo paterno murió días después de una operación, le habían limpiado un derrame interno que al final se infecto, de esto hace más de cuarenta años, eso es lo único que sé de él. En verdad toda una revuelta entre su cuerpo y los malvados agentes que le arrebataron la vida, en su pelea no ganó a pesar de ser todo un héroe. Por otra parte, mi padre, el hombre de la revolución interna, quien retó al gobierno desde sus filas de soldaditos. Él quien se acercó al crimen organizado y en secreto ingresó a la corporación delictiva para enfrentarlos y destruirlos. Un hombre que supo por donde entrar pero no salir. En esos bisnes se vio en la necesidad de entrarle de lleno a la corrupción, al robo, a los asesinatos y todas esas cosas que los criminales hacen.
No queda otro camino por el cual pueda yo continuar, la revolución es el acompañante ideal a donde quiera que voy. Es una sombra larga la que desde siempre ha perseguido a este cuerpo tan viejo, flácido y demacrado… aunque algún espacio dentro de éste debe de permanecer limpiecito de tanta rebeldía, un sitio destinado al conservadurismo ramplón y a todo lo que mencionan de las malas costumbres, del gandallismo y todo lo que han dicho de mi durante tanto tiempo. Ya en este punto de la vida no he de negar lo que se me impute, ahora para qué, lo mejor que le puede pasar a un viejo como el que tiene frente a sus ojos, es que lo encierren de por vida y que le den sus alimentos, a esta edad se necesita un lugar con atención personalizada.
Sin más alternativa ni esperanza de nada, así que les contaré una historia muy creíble, con nombres de personas reales, situaciones que pueden ser el tema central de varias novelas policiacas. Acontecimientos tan reales que pueden caer en lo ficticio, pero son la pura neta. Sólo les pediré algo, una última petición en vida pues sé que a prisión no han de llevarme, no, porque también sé de las últimas horas de vida. Espero no sea una molestia más. Desaten mis manos, he dejado de sentirlas, deben estar poniéndose moradas y así no puede platicarse a gusto.



Capitulo uno
-El amuleto-

— Muy bien, es bueno que busques lo tuyo, hacer lo que en verdad te hace sentir el mejor hombre en el mundo. Pero antes de te lances al agua, antes de que cuelgues esa placa sobre tu pecho necesitas de un amuleto ¿lo tienes? No, lo sé. Porque pocas personas llevamos uno, este es el mío, un mechón de cabello, no he de platicarte la historia de éste rubio mechón, Ya que la tiene y es el pasado de éste el cual le ha otorgado tal distinción. ¿Tienes uno, un amuleto al que le puedas confiar la vida misma?
— Nunca había pensado en eso, no creo en hechicerías ni cosas de esas, soy católico.
— Espera Toribio, en ningún momento mencioné que un amuleto se encuentre relacionado con la magia, hechicerías o cosas del mal. Un amuleto… mmm… cómo te lo digo… ¡ah, sí! Gace tiempo en una revista de selecciones leí un artículo de un soldado gabacho quien en una batalla recibió un disparo en el pecho, algo que no habría sucedido si en casa se hubiera quedado a ver la televisión, pero ahí se encontraba, entre el fuego enemigo cuando fue alcanzado por una bala, él esperaba ver la sangre brotar de su frágil pecho, sin embargo, ¡oh, sorpresa! No había ni una sola gota de sangre, tan sólo un orificio humeante del lado izquierdo a la altura del corazón. Y bueno la fuerza del disparo lo había derribado, él estando en el suelo se ocultó tras el cuerpo abatido de uno de sus compañeros para revisar qué le había salvado la vida, mayor fue su sorpresa al encontrar dentro del bolsillo de su casaca un encendedor de metal idéntico al que tiene Esteban, el que le vendió el chaco. Pues uno similar llevaba consigo aquel soldado, aunque quizás él no lo portaba como un amuleto, tal vez lo hacía porque fumaba, no lo sé, pero le salvo la vidas, además de que me parece una bella historia.
— Esta bien, buscaré un amuleto, debo tener en casa algo que pueda cubrir esa necesidad.
— Claro, te servirá, porque eso de ser policía no es fácil. El peligro se encuentra en todas partes esperando el momento exacto y salir para hacer de las suyas.

Toribio dejó el cuchillo de la mesa de corte, había terminado de cortar el hígado. Recordó su cita con Artemio para su juego semanal de dominó, le agradaban esas veladas que casi siempre terminaban cuando el sol aparecía por la ventana del bar. Las apuestas eran tan buenas que no había forma de rechazar el último de la noche y así se pasaban la noche entera, con el relajo y los chismes de la semana, los tragos por cuenta de la casa, la botana que entre los otros tres compraban a doña Chole y los éxitos de antaño en la rocola amenizando el juego.
Se despidió de pepe el chicostragotes, iba a extrañarlo cuando lo dejará a cargo de la carnicería, pero no era tiempo de tristezas ahora que estaba por cumplir el sueño de toda su vida: ser un oficial de la policía local de El Escondido. El encargado de hacer cumplir las leyes, mantener el orden, crear el equilibrio, la balanza en la convivencia de los habitantes de El Escondido. En pocas horas sería el portador de tal distinción.
En la academia ya le habían enseñado a defenderse mano a mano, de igual manera a salir vencedor en una pelea con armas blancas y a disparar el revolver que se le había asignado, un vejestorio descalibrado de la puntería y con la cacha estrellada. También se le enseñó lo más elemental en derechos humanos y las palabras justicia, valor, ética, lealtad, igualdad, tolerancia y respeto. Con las cuales armó una frase que le sería el arma principal con la cual combatiría al crimen:
“La justicia genera igualdad, el respeto es tolerancia, la lealtad hacia la ética que me rige, eso es valor.” En realidad no entendía bien la frase, pero le agradó. “Continué por ese camino, oficial, necesitamos de gente como usted en la corporación.” Le había dicho el comandante al escucharlo cuando la recitaba frente a sus próximos compañeros de trabajo.
Se encontraba orgulloso de sí mismo por haber logrado iniciar su sueño, aunque sabía que era tan sólo el principio de un largo camino. Ahora necesitaba un amuleto, el cual buscaba dentro de su cabeza vaciando las cajas viejas del ropero, pensando si los regalos de tantos cumpleaños, los que permanecían aún en sus cajas por haberle parecido inútiles le servirían ahora, o quizás las joyas que su madre le heredó al morir, pero le pareció ridículo el llevarlas puestas o en llevarlas en el bolsillo de un lado para otro. Iba a ser más complicado de lo que pensó que sería el conseguir un amuleto. No iba a tomar cualquier objeto, pues a éste le confiaría lo más preciado: la vida, su vida, la cual ya le había entregado al estado para hacer el bien. Para continuar con su revolución. “Este pensamiento rebelde ha de llevarme lejos, muy lejos.” Pensaba.
Ya en casa no detuvo su búsqueda, pero no estaba seguro de lo que deseaba encontrar, así que tomó el teléfono y se comunicó con Artemio.
— ¿Artemio? Estoy por salir de casa, sólo requiero de tu ayuda.
— ¿Dime?
— ¿Sabes qué es mejor amuleto que una pata de conejo?
— Debes traer algo bueno entre manos, desconozco el motivo por el cual requieras de un amuleto, pero voy a ayudarte. Ven para el bar y te daré el mejor amuleto que puedas tener.
— Enseguida voy, sabía que podía confiar en ti.
— Sí, sí. ¡ah! Y te traes los limones.
Colgó el teléfono, tomó un baño rápido y salió rumbo al bar. Qué mejor que un amuleto regalado por un buen amigo.

— ¬¿Un naipe? — se sorprendió al verlo, le pareció mala idea tener uno de amuleto —.
— Sí, y no es cualquier naipe, es un rey de espadas…
— Pero…
— Pero qué, ¿sabes el valor que tiene este rey de espadas?
— No sé si esto es lo que estoy buscando, he pensado que sería bueno algún objeto que me proteja, que me dé la suerte necesaria…
Artemio lo interrumpió tomando un limón de la bolsa que había llevado Toribio, lo colocó sobre la mesa y de un fino movimiento lo partió en dos con el naipe.
— Éste rey de espadas te ha de salvar la vida en el momento oportuno, llévalo contigo — lo puso en la mano abierta que su amigo sostenía sobre la mesa —. Te sugiero que lo escondas tras la hebilla, bueno ya le encontraras mejor lugar — le dijo por último antes de ir a la puerta a recibir a los demás —.
Toribio permaneció en la mesa observando con detenimiento el primer amuleto de su vida, un naipe de un material semejante al aluminio, el cual Artemio había fabricado para su protección. “Me agrada.” Exclamó y lo colocó detrás de la hebilla, se incorporó para ir con los demás a la entrada del bar.
Jacinto y Noé había llegado, los tres reían de un mal chiste que Artemio había contado acerca de las rubias, las cuales le parecían de mal gusto con su cara de ratón de laboratorio, a él le parecían más bien graciosas, a pesar de que en El Escondido a la gran mayoría les robaban la mirada durante el día y los sueños por las noches.
— Debo irme — los demás dejaron de reír — hoy no jugaré —.
— Solo uno, para entrar en calor y enseguida te vas — exclamó Jacinto con el tono burlón de su voz —.
— Hoy no, mañana van a darme mi placa como oficial de policía y un arma a primera hora — Jacinto y Noé en silencio le lanzaron una mirada inexpresiva —. Lo siento pero es lo que he deseado desde niño.
Artemio le dio unas palmaditas sobre la espalda, Toribio comenzó a caminar por la calle hacia el rumbo de su casa, era mejor alistarse para el nombramiento que recibiría a las siete de la mañana. “En punto o perderás la oportunidad de tu vida.” Era su cabeza la que no lo dejaba en paz durante todo el día y por la noches lo despertaba tan sólo para recriminarle lo malo que había hecho durante el día o en su vida entera.
cuando llegó a casa sacó el naipe y lo puso sobre la mesa, fue directo a la cocina, comería cualquier cosa antes de dormir.
— ¿Qué es esto? — escuchó detrás de él justo antes de ingresar a la cocina —.
Al regresar la mirada hacía el comedor se encontró con el viejo fantasma de su tatarabuelo materno, quien sostenía el naipe con sus manos correosas. Toribio lo había visto antes aunque no recordaba en que lugar.
— ¿Quién es usted? Salga de mi casa — tembló su voz al decirlo y no porque le tuviera miedo a un hombre tan viejo, sino que era la típica voz que le salía al enfrentarse con algo que desconocía —.
— Tranquilo, Toribio, no te asustes, soy tu tatarabuelo materno. El primer eslabón de la enorme raíz que la familia ha echado sobre esta tierra, y digo primer eslabón porque antes de mi ya no hay recuerdos, las imágenes desaparecieron y las palabras no se adhirieron en algún muro, antes de mi todo es olvido. Soy el que no conociste porque me perdí en la revolución…
— No lo conozco señor y es mejor que deje mi amuleto antes de salir de esta casa…
— Sólo he venido a ver como van las cosas. Desde hace tiempo sé de la revuelta interna que llevas a todas partes, eres el joven que recuerdo, el que se perdió en la revolución, ese joven que soy yo aunque no logro recordar que fue lo que pasó o si luché con alguno de los dos bandos, bueno, con decirte que no recuerdo mi nombre. Quizá es por eso que he envejecido tanto durante este primer siglo de muerte.
Toribio escuchó atento lo que su tatarabuelo le dijo, su mirada se encontraba atenta a los movimientos del afilado naipe que dejó sobre la mesa como si fuera cualquier objeto.
— Deje el naipe sobre la mesa.
— Perdón — exclamó el fantasma de su tatarabuelo, después se carcajeo con su voz ronca y rasposa —, es un arma elegante, buena para los momentos difíciles…
— ¡Ya sé quien es usted!
— ¿recuerdas mi nombre? — en su rostro se dibujó con dificultad una sonrisa un tanto diabólica —.
— Vicente, ese es tu nombre y no eres mi tatarabuelo. Eres el hombre que vende semillas de calabaza tostadas en una de las esquinas del jardín Reforma, junto al monumento a Elefante — se alegró al decirlo, supo que el hombre, su tatarabuelo, no iba a hacerle daño —. Si tiene hambre le preparo un bistec.
Su tatarabuelo lo observó confundido, dejó el naipe sobre la mesa y ocupó una de las sillas.
— Ya comí, trae lo tuyo, es necesario platicar contigo, tienes que aprender muchas cosas antes de salir a la calle con una placa ajustada al pecho, un arma en la cintura y un amuleto oculto tras la hebilla.
Toribio tomó el rey de espadas, se dirigió a la cocina más tranquilo después de guardarlo en el sitio indicado, a pesar de que el hombre que decía ser su tatarabuelo estuviera esperándolo en el comedor. Sobre la estufa había un par de cazuelas con las sobras del día anterior, las mismas que vertió en un plato de cristal y las calentó en el horno eléctrico, esperó y regresó al comedor.
— ¿Qué sabes de mi?
— Que eres el vendedor de semillas del jardín…
— Sabes más de éste viejo fantasma que no deja de perseguirte a donde quiera que vas.
— No entiendo lo que intenta decirme, en realidad no sé cómo es que ha entrado a mi casa, ¿dejé la puerta abierta?
— Esta bien no lo recuerdas, pero ¿si recuerdas a tu bisabuela Vicenta?
— Sí, qué tiene que ver ella con todo esto.
— Pues de ella he tomado el nombre de Vicente al no recordar el mío, quizá así me llamaba. Ella es mi hija, relaciónalo Toribio, soy el hombre que un día desapareció en la revolución, ese del que ella te mencionó alguna vez. Del cual no dijo nombre, edad a la que desapareció ni oficio, soy tu tatarabuelo. Te parece extraño pero es verdad, he envejecido a largo del siglo anterior y lo que va de este. Tenía treinta y cinco años cuando un par de balas pesadas me perforaron el pecho, al instante caí sobre el arena fría del desierto aquella noche y justo antes de morir pude distinguir en el cielo nocturno algo parecido a un cometa. Después de eso me incorporé para continuar mi camino, pero ya no sabía hacia donde iba, mucho menos recordaba mi nombre, nada acerca de mi vida, bueno, de lo que había vivido.
“Durante un tiempo la pasé en el desierto, en donde siempre era de noche, en el que me llegaban los lamentos de muchas personas, gritos desgarradores de personas a las que no veía. Deambulé sin sentido por aquel desierto, algunas noches se cubría de una neblina espesa que me impedía ver más allá del largo de mis brazos.”
“Perdido anduve hasta que recordé de donde era, también a mi esposa y a mi pequeña hija Vicenta. Fue en ese momento cuando logré salir del desierto y regresé para El Escondido. Sin embargo, aún no puedo recordar mi nombre. Creo que ese ya se ha perdido en el pasado, ¿Ahora me recuerdas?
— ¿Vas a protegerme?
— Portarás un viejo revolver, viejo pero efectivo, además ese rey de espadas ha de salvarte la vida, no sé si pueda protegerte pero estaré en el lugar preciso cuando lo necesites — su tatarabuelo se levantó de la silla —. Por cierto, otros fantasmas no tan viejos quizá te visiten, nada seguro pero queda la posibilidad. Cuídate, Toribio.
— ¿Te vas?
— Vendré pronto — salió de la casa —.
Quedó sólo una vez más en la vieja casona. Todo le pareció bastante extraño, a qué había ido su tatarabuelo, si es que en verdad lo era. “¿A presentarse?” se sintió solo, así como en realidad se encontraba, abandonado en esa casa enorme, siempre perseguido por los recuerdos de treinta y cinco años de vida.
“Ahora no es lo mismo.” Pensó, también pensó en Elvira, la hermosa mujer que diez años atrás lo había dejado plantado en el altar, a la que continuó amando en secreto después de que ella le pidió perdón, él decidió no casarse con ella pero la mantuvo como amante durante cinco años hasta que optó por dejarla por la buenas cuando ella le rogó que se casaran.
Se sintió como el fantasma solitario de su tatarabuelo, perdido en el tiempo, envejeciendo sin más que los fantasmas del recuerdo. Era tarde y estaba agotado. Fue directo a la cama.






























DOMINGO
Uno. Dos. Tres. Cuatro. Cinco…

En silencio llevaba la cuenta de los segundos que irremediablemente no dejaban de transcurrir. Andaba de un lado para otro en la sala de espera del hospital, que con su desesperante deambular y su pinta de loco era el centro de atención de todas las miradas…
… quince, dieciséis, diecisiete, dieciocho, diecinueve, veinte… lo cerró de golpe antes de guardarlo en el bolsillo.
Celeste lo observaba desde el sillón, en silencio permanecía con el mismo malestar incomodo de toda la noche, con el presentimiento cruel que a toda la familia invadía. Ya había intentado tranquilizarlo con las frases típicas de los momentos difíciles, “Ve para el sillón, no es momento para distraerme.” Le había dicho él. Y de esa manera se vio en la necesidad de preparar una frase de alivio para repetírsela a sí misma en su silencio aterrador, la cual le sirviera para no dejarse caer si llegara a suceder lo peor. Ero no se preocupaba por lo desastroso que llegaría a ser para ella, sino para él. Quien desde siempre había estado preparándose para ese momento, así como su abuelo y su padre lo habían hecho muchos años atrás.
“Cuando llegue la mañana con su pálido resplandor, será el día que hemos deseado que jamás se hubiera presentado — todos los que permanecían en la sala lo observaron, él se acomodó el desorden de cabellos como improvisando un peinado decente, como intentando hacernos creer que tenía todo bajo control —. Hace tiempo, cuando los años curiosos de mi infancia, había una pregunta dentro de mi cabeza la cual me acosaba día y noche. Una pregunta que he catalogado como estúpida a pesar de que ésta misma le ha dado sentido a mi vida, o a la vida que pretendo llevar desde que la cuestión tal apareció ante mi.”
“De pequeño intenté, sin éxito, alejarla, desaparecerla. Recuerdo que inventaba historias ficticias que lograban hacerme olvidarla, aunque sólo par un tiempo era esto, la inquietante pregunta no desaparecía, parecía que tan sólo se ocultaba en algún rincón oscuro, en donde permanecía a la espera de que yo recordara que la había olvidado para presentarse una vez más. De igual manera me perdía durante semanas en juegos interminables de palabras indescifrables, con las cuales creaba desde historias sin sentido hasta querer darle un sentido diferente a nuestra lengua. Sin embargo resultaba ser un completo fracaso.”
“Después llegó el amor a mi vida, lo cual le otorgó caminos nuevos a mis enredos de adolescente. Sin embargo, no fue suficiente pues el amor trajo consigo el desamor, el que en tiempos difíciles acrecentó todos los problemas. Fue en ese tiempo cuando mi padre, José Domingo Jiménez, se tomó el tiempo necesario para relatarme la cruel historia familiar que persigue hasta el cansancio a los que somos portadores de tal nombre. Para él no fue sencillo hacerlo, para mi… pues ya no hubo marcha atrás, no más juegos interminables ni las historias fantásticas de tantos días, en ese momento comprendí lo de la ausencia de mi madre, la abuela y la bisabuela. Desde ese día un espeso nudo se anida en mi garganta… — le llanto lo contuvo justo antes de llegarle a la boca, un grito espeso le impidió continuar con su platica —. Este domingo jamás hubiera llegado.”



Una vez más sacó el viejo reloj de su bolsillo.

Uno. Dos. Tres. Cuatro. Cinco. Seis. Siete. Ocho. Nueve. Diez. Once. Doce. Trece. Catorce. Quince. Dieciséis. Diecisiete. Dieciocho. Diecinueve. Veinte. Veintiuno. Veintidós. Veintitrés…

La cuenta inagotable de segundos continuaba, así desde siempre, desde mucho antes de que él supiera de estos. Su batalla contra el tiempo y el destino que no iba a poder ganar. De nuevo deshizo su peinado y reanudó su caminata por la sala de espera. Celeste permanecía en silencio en el sillón, con la mirada perdida en las manecillas del reloj de la sala. Había recordado sus años de infancia en la casa de los abuelos, en especial la tarde de primavera en que conoció a Domingo, un niño tímido que no dejaba de hablar a solas, trepado en las ramas altas de los arboles y vestido de capitán a todas horas.
El no hacía más que hablarle de las cosas que los adultos escondían a los pequeños, para que estos no fueran mejores que ellos al crecer. Celeste procuraba ser su compañera en sus largas caminatas por todas partes, el sargento en sus viajes interestelares y su gran confidente, sólo ella conocía la inquietante pregunta sin respuesta. Supo que la que la respuesta que jamás conoció le transformó la vida, alteró el mundo que el mismo se había creado ara poder irla pasando.
— Vamos para el sillón, te diré lo que soñé ayer.
Domingo la observó de frente, se encontraba más tranquilo, tomo sus manos heladas de siempre.
— No, yo te contaré la historia que jamás hubiera podido haber creado en mi infancia, tan cruel como real, la cual exterminó al niño que conociste en casa de los abuelos, al loco aquel con el que no deseaban jugar, al cual tu aceptaste como primo, pero sobretodo como amigo. No sé si aún recuerdes el fin de esa bella amistad porque yo ti.
“Había comenzado a olvidar la pregunta en mis años de secundaria, algunas compañeras de clase no eran iguales a las demás que conocía. Y al estar pensando en ellas podía olvidar todo lo demás y más fácil fue por la forma en que las quería. Todas las tardes y gran parte de las noches, inventaba las historias, planes y demás cosas que uno cree necesarias para poder acercarte a decir simplemente hola.”
“Te confieso que mientras más lejos se encontraban de mi, más cerca estaba yo de ellas. Ahora que analizó bien el comportamiento que tuve en aquellos días, creo que fue mi cuerpo el que buscó una solución eficaz para poder curar mi mente y su obsesiva tarea de retener la inquietante pregunta de por vida. Pero no podía ser tan perfecto todo, la cura siempre se autodestruye en alguno de los puntos que la forman, es como un laberinto que durante todo su trayecto va mostrándote la salida y uno mismo es el que no la ve al estar tan obsesionado por encontrarla. Así se presentó el desamor en mi vida y al ocurrir esto, la pregunta regresaba. Ese ir y venir de estados de animo se transformó en un verdadero laberinto para mi, el cual deformaba sus caminos a cada paso que daba, mostrándome siempre salidas falsas.”
“Fue en esos tiempo cuando comencé a escribir, recuerdo que en una ocasión un ángel bajó del cielo, lentamente descendió y se acercó a mi. ¬ Después regresó al cielo, ese día cumplió la misión de sus instantes en la tierra. Para mi las letras se alistaban para el final impuesto desde antes de mi nacimiento. Escribía Larguísimos pensamientos que terminaban siempre en un interminable continuará. Cartas de un enamorado que hacía todo lo posible porque esas misivas permanecieran ocultas. Sin embargo, mi padre las encontró.”
“En una mañana de domingo él se alistaba para salir, había hecho planes con sus amigos, yo por mi parte hacía lo de todos los domingos, jugar a ser el inventor de nuevos deportes combinando reglas y movimientos de otros ya existentes y todo lo que en esos momentos me pasaba por la cabeza.”
“Esa mañana el buscaba un par de libros que él creyó haber dejado en el librero de mi habitación, los cuales creía necesarios para llevarlos con él y fue entre las páginas de estos en donde oculté las pruebas de un amor repartido a varios pares de ojos, a diferentes labios, cuerpos y hermosas cabelleras. Mi padre las encontró y leyó, lo primero que hizo después de leerlas, y lo sé porque me lo dijo después, fue cancelar su asistencia a la tan esperada reunión anual con sus viejos amigos, quienes ya conocían la aún más vieja historia familiar y comprendieron que no iba a ser posible que asistiera.”
“Para él no fue nada fácil la situación en la cual se encontraba ahora, la cual tuvo que vivir una vez más, como si el tiempo hubiera retrocedido no sólo cuarenta años, ni ochenta, quizá fue poco más de medio siglo. En su terrible frustración, en su desastroso desequilibrio emocional destruirlas fue en lo único en lo cual pensó. Las acomodó en un bote de metal y después de bañarlas en alcohol les prendió fuego, y ahí se estuvo el día entero esperando a su hijo. Al inocente aquél que tarde que temprano regresaría a casa en su nave espacial, le haría el saludo correspondiente de un capitán antes de destruir su mundo.”

27 de abril de 1994
En voz de Domingo René Jiménez.

Ese día regresé a casa sin saber la sorpresa que ahí me esperaba. Al llegar encontré la casa aparentemente vacía y lo primero que percibí fue el penetrante olor a quemado, a papel quemado. Enseguida me dirigí para la cocina, imaginé que mi padre o alguna de mis hermanas habían dejado algo en la estufa… no, no pensé en eso, sólo era una costumbre por aquellos días que tenía, como esperando encontrar a mi madre en ese lugar, ya sabes, solía hacerme la vida lo más difícil que se pudiera.
De ahí no provenía el olor a quemado, después de buscar por toda la casa llegué a mi habitación, en donde encontré a papá, quien me observo con tristeza mientras dos lágrimas espesas surcaron su rostro.
— ¿Todo bien? — le pregunté, él sólo negó con la cabeza — llegué y me apuró el olor a quemado, busqué por toda la casa y el olor me ha traído hasta aquí, veo que no hay problema, tu lo has provocado.
— Ven es hora de que platiquemos, tengo una historia que contarte, una que no era conveniente que la conocieras antes o no hubieras tenido una infancia feliz, feliz como la de los otros niños…
— ¿Normal, feliz, quién ha dicho que la he tenido? Fui un niño preocupado por cosas que quizás no tiene sentido, ¿eso es normal? Un niño que a diario modifica su mundo para no tener que observar los mismos fantasmas del día anterior, ¿eso es felicidad? Un niño extraviado en el mismo punto de su vida con una estúpida pregunta en la cabeza que no ha logrado más que destrozarle la vida. ¿Eso es normal, padre, eso es la felicidad de un niño? No sé que vas a platicarme, pero tal vez dejaste pasar mucho tiempo.
— No lo sé y no deseo pensar que así lo es, pues para mi sería más complicado. He tenido que vivir con esto los últimos cuarenta años de mi vida yo solo, fácil no ha sido y al nacer tú se hizo más complicado, no por ti pues sabes que eres un hijo amado… pero antes que sepas esto, te pido una disculpa sincera por haberte ocultado esto, siempre creí que era mejor que alcanzarás un estado de madurez superior para saberlo, hoy me he dado cuenta que ya es hora de que lo sepas…
— ¿Qué ocurre?
— Ven, siéntate aquí, es una historia muy larga, además difícil de digerir — fui a la cama, ocupé el lugar junto a él —. Hace tiempo, mucho tiempo, tu abuelo vino al mundo el primer domingo de mayo de un año que no recuerdo. Tu abuelo don Hernán Jiménez decía que su hijo había nacido en una mañana brillante de primavera, con un cielo azul limpio de nubes. Un día excelente pudo haber sido, pero la muerte de tu bisabuela se vino después del parto. Una hemorragia que la partera no pudo contener fue la culpable del deceso de mi abuela. Tu bisabuelo decía que antes de que muriera mi abuela ella preguntó la fecha, lo hizo en el momento en que supo que era el último. Nueve de mayo le dijo tu bisabuelo, domingo nueve. después murió.
“Él fue el primer Domingo de la familia, quien llevó una vida normal y con ciertos lujos, ya que al ser el hijo único del comerciante más importante de El Escondido no le faltó nada. Después, al cumplir la mayoría de edad tuvo que dejar el pueblo para ir a San Sebastián para cursar sus estudios profesionales de arquitectura, allá pasó siete largos años. A su padre lo visitaba tan sólo durante las vacaciones ya que por aquellos años era complicado además de tardado el trayecto entre las dos poblaciones.”
“Al finalizar sus estudios regresó a casa y con su regreso trajo consigo a tu abuela, Susana Valles. Al ver lo tardado y complicado del camino pues le pareció mejor robársela. Con ella tuvo seis hijos, como ya lo sabes, el último de estos fui yo, que al nacer ocurrió lo mismo que con tus bisabuelos, una hemorragia se presentó durante el parto, la cual apenas si le dio tiempo para enterarse de que era domingo y había sido niño. José Domingo me llamó mi padre, después se dedicó a investigar se dedicó a investigar la extraña relación entre la muerte de su madre cuando él nació y la muerte de su amada esposa en sucesos similares. En su búsqueda se topó con una vieja bruja, la que le habló del poderoso maleficio que perjudicaba a su familia desde muchos años atrás, y del cual no íbamos a poder librarnos hasta que éste cumpliera con su misión de exterminio. Lo único que le aconsejó fue que preparará a su hijo para el mismo final, a su hijo Domingo, a mi, pues le dijo que era en el nombre en donde se hallaba el mal, pero que no intentara modificar el destino o sería peor.”
“Lo peor de todo no fue que me lo dijera sino como lo hizo, al cumplir los diez años le pregunté acerca de mi madre, . Lo dijo de esa forma tan cruel y repulsiva que tenía tu abuelo. Después me platicó la historia familiar, la cual no tenía que cambiar o sería peor y estuve a nada de modificarla. Sino me casaba no habría más Domingos en la familia ni madres muertas, pero él se encargó de conseguirme novia y de comprometerme con ella, por último me llevo hasta el altar, me dejó junto a tu madre y me dijo: Eres el hombre de la familia no dejes este dolor a alguna de tus hermanas. No tuve opción. Y después de diez años de matrimonio con tu madre, naciste tu, habíamos decidido no tener más hijos después de tu hermana María, pero tu abuelo nos presionó de tal manera que tuvimos que acceder. Naciste tu, el quinto hijo. Tu madre decidió el nombre ese domingo de abril. . Fue lo último que alcanzó a decir antes de morir en la cama del hospital. Esta es la historia de la familia, tan real que tu eres el siguiente en la lista.”
— No me casaré.
— Me parece bien si eso es lo que deseas, no voy a obligarte.
— No me casaré.
— Ya tendrás mucho tiempo para pensarlo.
— No lo haré, así como tu decidiste no decírmelo años atrás, pues ahora yo decido no casarme, sólo para ver que sucede.
Me levante de la cama, deseaba estar lo más lejos posible para así llevarme tanta maldición.

Celeste Ruiz Jiménez

Quedó sin palabras al escuchar la trágica historia familiar, ya no deseaba platicarle su sueño, mucho menos intentar calmarlo. Deseaba salir corriendo de la sala de espera, llegar al estacionamiento del hospital, abordar su automóvil, encender la maquina del tiempo que en otros tiempos funcionaba como nave espacial. Quería regresar a ese atardecer en el cual había conocido su destino, el final de sus días.
— Necesitaba platicártelo, creo que no puedo cambiar las cosas y es mejor no llevarlo en la cabeza.
Celeste lo sacó de la sala de espera, lo llevó fuera del hospital, caminaron hasta el estacionamiento y subieron a su automóvil.
— Puede usar el cinturón de seguridad si lo desea, el viaje será largo, capitán.
— ¿Qué ocurre, Celeste, a dónde vamos?
— No se preocupe, capitán, hemos limpiado de enemigos la zona, su esposa y su hijo no corren peligro…— una mirada los unió en ese momento — he recordado el sueño que tuve ayer, del cual desperté al enterarme que iba a nacer tu hijo. Me veía en el árbol de hojas grandes de la casa de los abuelos, en ese árbol que nunca supe como se llamaba, ahí estaba con mi vestido amarillo, el cual dejé inservible esa tarde por seguir tus juegos. Aunque en el sueño no te encontrabas conmigo, sabía que andabas por ahí más sin embargo no podía verte, pero eso no fue motivo para que dejara de jugar, al parecer tenía una misión grande que cumplir.
“En ese momento comenzó a llover fuera del árbol, tan fuerte que deseaba regresar a casa a pesar de que la lluvia no llegaba a donde me encontraba. Intenté bajar del árbol pero el vestido se había atorado en el trozo seco y puntiagudo de una rama rota. . Una mujer enorme me sujetó con sus brazos enormes y me bajó del árbol, ella era tan grande como el mismo árbol. .”
La mujer gigante me llevó contigo, estabas en lo más alto del cerro de la Piedra, en ese sitio no llovía, sólo en El Escondido. Tenías la vista perdida en el horizonte, mirando hacia el lado del cerro de Culhuacan para donde se encuentra el valle de Camembaro. De pronto la enorme mujer bajó corriendo el cerro lo más rápido que sus gigantescas piernas se lo permitieron, en ese momento me percaté que se encontraba desnuda y que los pasos de sus piernas esbeltas no destrozaban el campo, era como si volara, después sí voló para perderse entre las nubes. Aunque al parecer no la viste, tenia el cuerpo tan hermoso que era digno de apreciarse.
Deseaba saber que era eso que deseabas decirme, ese misterio por el cual habías dejado de verme. El sol iniciaba su descenso al final del valle, tu rostro se bañaba con la luz tibia y colorada de ese momento.
— ¿Qué ocurre, Domingo?
— Debemos dejar los juegos, las naves han sido derribadas, el mundo Voeshak ha sido devorado por un hoyo negro, Bel-o-kan fue devastado por la fuerza más poderosa jamás conocida, Celeste, es hora de rendirnos…
— No entiendo, ¿qué tiene que ver todo eso con lo sucederá mañana?

— En ese momento me hiciste saber lo que tu padre te había platicado unas horas antes, lo del trágico destino que debías enfrentar, eso ya me lo habías dicho, pero lo hiciste de nuevo hoy a pesar de que ya lo habías hecho en mi sueño. Y eso no fue todo, también me confesaste que me amabas y que lo mejor era alejarte para que así no cayera la maldición sobre mi. Eso ocurrió en el sueño que tuve la noche anterior.
— ¿Qué es toda esta historia, Celeste?
— No sólo tu soñaste de niño, no eras el único que deseaba escapar de este mundo volando. Ya no lo recuerdas porque me encargué de que así fuera. Hoy tu mujer no morirá y tu hijo ha de darte una hermosa sorpresa. Amaneció, vamos para la sala.

Uno. Dos. Tres. Cuatro. Cinco. Seis. Siete. Ocho. Nueve. Diez. Once. Doce. Trece. Catorce. Quince. Dieciséis…

La marcha infinita de los pequeños soldados ha de detenerse en el punto de autodestrucción que le permanece oculto, tras ese interminable tic tac se esconde el punto sin regreso, el sitio donde la media vuelta es toda n revolución que en su vuelta mágica de 360 grados ha de retornar la punto de inicio. En donde el pasado no se repetirá hasta que le sea invocado por los pasos insistentes del que deambula perdido en el tiempo.

Treinta y dos. Treinta y tres. Treinta y cuatro. Treinta y cinco. Treinta y seis. Treinta y siete. Treinta y ocho. Treinta y nueve. Cuarenta. Cuarenta y uno. Cuarenta y dos…

La angustia de tantos días sin naves espaciales, sin la magia para poder conocer los asombrosos mundos que yacen ocultos en lo más profundo de la imaginación esperando ver la luz de tu mirada, desando siempre la caricia esperanzadora de tus sueños.
Un paso más era necesario para avanzar o retroceder en el tiempo y dar con el inicio de tantas tragedias.

María

— Felicidades Domingo es niña — dijo el doctor —, no sé como ha sucedido esto ero es una niña hermosa y saludable.
— ¿Y María?
— Descansando, se encuentra bien.
— Quiero verla.
— De eso no hay problema, se encuentra por acá.

Los pasos del hombre avanzan como un tic tac interminable sobre la piel de la Tierra.
Pasos temerosos, vacilantes, incrédulos y temblorosos. Pasos débiles que sostienen el cuerpo frágil empapado de sudor helado.
Pasos que cuentan las rocas, los arboles y las flores. Pasos que sin rumbo fijo trazan la delgada línea de la inmortalidad.

— Hola, ¿te encuentras bien?
— Sí, ¿La has visto? Es hermosa.
— No la he visto, tan sólo me han dicho que es hermosa como su madre.
— Es muy bonita, pero es igualita a ti y he decidido que se llame como su padre.
— ¿Dominga?
— No, María Domingo.
— ¿Por qué Domingo?

Uno. Dos. Tres. Cuatro. Cinco. Seis. Siete. Ocho. Nueve. Diez. Once. Doce. Trece. Catorce. Quince. Dieciséis…

¿Por qué Domingo? La pregunta de tantos años, de tanta infancia, de tanta cuestión dentro de sí misma había regresado.








MEZQUITE

Mezquite

La luz del sol que llega hasta mi es tibia, pacifica. Esta luz son rayos delgados que han logrado colarse por entre las ramas del viejo mezquite, al cual le encargo el peso de tantos años de vida, el de las tragedias del sin fin de andares. Un mezquite que se levanta a unos pasos del final del cerro, justo en el inicio de la barranca, en el sitio mismo en donde la ladera extendía su amplia falda de colores. Trozaron el cerro hace tiempo y después de limpiar el área colocaron las vías del ferrocarril.
El paisaje fue modificado, la memoria de los hombres también. Para algunos era un signo de modernidad y riquezas, para los demás, una trampa más para la esclavitud que los mantenía oprimidos. La gente comenzó a emigrar hacia las ciudades, al progreso, a los sitios en donde las ciencias y la ingeniería comenzaban a dar frutos. Era el tiempo de buscar nuevos horizontes en el lugar donde el horizonte no llegaba más allá de la esquina de la calle.
Los hombres dejaron tierra, familia e historia en las garras de los mismos hombres modernos, quienes lapidaron el destino de esta tierra.
La guerra llegó después y con esta los trenes una vez más, llevando a los soldados de ambos bandos, transportando las desgracias de un pueblo sumergido en la pobreza, adornando los caminos con la sangre de los hombres, mujeres, niños y ancianos que luchaban en su revolución. Y al final de la guerra todo regresó a la normalidad, sólo hubo cambio de hombres y nombres, pero lo demás es exactamente lo mismo.
Yo continuó aquí bajo el mezquite, esperando algo de lo que estoy seguro ya olvidé.


El mezquite

No enderezó sus ramas, las engarruño lo más que pudo como intentando regresarlas al tronco del cual habían salido. El mezquite es un ser que al parecer extraña las puntas de sus extremidades, como el que protege a sus vástagos reteniéndolos en el lecho materno. Un árbol que no seduce con sus ramas al viento, pero que sabe de él cuando a lo lejos pasea temeroso, prófugo obligado por el dolor de un beso espinado.
El árbol que no se levanta engreído sobre la tierra, un melancólico de piel reseca que tuerce la boca al mirón que le busca forma. Un árbol que pasa desapercibido en el paisaje, un estorbo en la tierra cultivable, de madera mala aunque resistente. Ideales para adornarlos con columpios o piñatas.
El mezquite revuelve sus raíces en esta tierra, la del sur, en donde mi pueblo respira. En el mismo donde alista los planes de su siguiente aventura. Conspirador silencioso que a la espera se encuentra decorando con su presencia silenciosa el valle entero, sus cerros, montes, volcanes y laderas. En donde me plante puedo verlo, y él me ve, midiendo mis pasos, cuidando mis brazos, escuchando mi voz.
El mezquite de brazos torcidos, el conspirador silencioso, el de piel reseca. El mezquite es el árbol de mi tierra.


Carastistas

Alfiler trepó al mezquite con gran facilidad, no era la primer vez que lo hacía, más no lo hacia muy seguido pues le temía a los Carastistas que habitaban en las retorcidas ramas del mezquite que se alzaba enorme en el patio trasero de la casa de Emiliano.
Conocía bien a los malvados Carastistas del mezquite, ya se había enfrentado con estos cuando llegó a la Tierra, y, cuando ellos lo hicieron también. Ahora deseba saber lo que tramaban, podía escucharlos mientras subía, su voz chillona era inconfundible para él. Sus delgadas piernas temblaban, el miedo recorría su cuerpo, pero no tenía opción pues era el único al cual no temían los Carastistas. Y por esa razón Bomber optó por permanecer oculto, preparado para auxiliarlo si fuera necesario. Aunque iba a ser difícil hacerlos salir, los Carastistas le temían a la noche, a los ruidos de la noche que se paseaban por todas partes.
Alfiler lograba escucharlos y sabía que tramaban algo malo en contra de Emiliano. Sus voces le llegaban entrecortadas, revueltas con el lamento profundo del mezquite. De pronto lo escuchó, una palabra clave: lluvia. Bajó a toda prisa al escucharla, lo hizo tan rápido que Bomber salió de su escondite con su cara de enojo y moviendo con fuerza los brazos mostrando su poderoso gancho a la barbilla, los Carastistas guardaron silencio al verlo en el patio.
— ¡Los he escuchado!¡Los he escuchado!
— ¿Qué traman estos vándalos, Alfiler? — la voz de Bomber enfurecido hizo temblar a los Carastistas ocultos —.
— Habrá lluvia, están planeando lluvia, quizá por tiempo indefinido, nublado por varios días, muchas nubes y poca luz — Alfiler parecía volverse loco, sabía que las nubes bloquearían el poder de Bola de fuego y el Árbol de la vida moriría — ¿Qué haremos Bomber?
— Impedirlo, aunque, no sé cómo.
Los dos regresaron a la casa, Emiliano y su familia descansaban, lo mejor era estar de vuelta en el armario de la habitación de los tiliches. Subieron al cuarto de la azotea, ahí se encontraba su armario. Alfiler fue directo al telescopio, deseaba estar seguro que todo estaba bien en Bola de fuego. Sin problemas la enfocó, ahí estaba Padre en el castillo, protegido por los demás valientes y fornidos Bomber, de igual forma vio a su amada Dasdy en lo más alto del castillo de Padre observando hacía la Tierra, como buscando con la mirada a su querido Alfiler.
— ¡Lo tengo! — exclamó Bomber, quien había trazado un enredoso mapa en la pared —. Vamos con Madre al Árbol de la vida, ella tiene el poder para controlar las nubes.
— Pero…
— ¿Qué ocurre, no me dirás que le temes a la noche?
— A la noche no, a la lluvia sí.
— No tenemos alternativa, si la lluvia se presenta desapareceremos, pero si no lo hacemos el Árbol de la vida morirá sin la mirada que Bola de fuego le lanza desde el cielo.
Alfiler regresó al telescopio, echo un vistazo más, vio a Dasdy y supo que sólo había una opción si deseaba estar de nuevo con ella.
— Vamos con Madre — le dijo a Bomber —, ella siempre sabe que hacer.
Se alistaron antes de emprender el largo viaje por la ciudad, la noche sería su aliado para evitar ser descubiertos, aprovecharían la oscuridad de los suburbios aunque sabían de los peligros que en su trayecto les esperaban. Antes de salir repasaron el itinerario del viaje, las calles y callejones por los cales tendrían que pasar, además de que Alfiler lo trazó sobre una hoja de papel. El trayecto sería largo pero a un buen paso les llevaría tres horas llegar al Árbol de la vida.
— Debemos partir — exclamó Bomber —. Tenemos cuatro horas como máximo para llegar antes de que el sol nos delate.
Alfiler ya había bajado, se encamino a la habitación de Emiliano, quien dormía tranquilamente. Sólo lo observo desde la puerta, después salió de la casa, Bomber bajaría pronto.
Atravesaron el patio ocultos entre las plantas de la madre de Emiliano, evitando con esto llamar la atención de los Carastistas. Salir de noche era la única oportunidad de sabotear los malvados planes de Prolux y sus fieles soldados: Los Carastistas. Fueron cuidadosos. Subieron a la azotea de la casa vecina sin ser descubiertos. Por las azoteas llegaron hasta la calle. La colonia Las Palomas no era problema, ahí la gente no tenía por costumbre permanecer en las calles después de las once de la noche. En unos minutos llegaron a la gran avenida, la frontera con los barrios bajos y las plantas maquiladoras.
Bomber se acercó a la orilla de la banqueta para apreciar mejor el panorama. A esa hora de la madrugada la afluencia de automóviles era mínima, sin embargo debían ser precavidos. Se alistaron para cruzar los seis carriles que los separaban de la otra acera. Al cabo de unos minutos de estar esperando a que las luces de ambos lados detuvieran a los autos de ambos lados al mismo tiempo, Alfiler utilizó sus poderes para coordinar los semáforos y poder cruzar.
— Habíamos hablado acerca del uso de esos trucos, Alfiler — Bomber estaba molesto aunque su berrinche iba a tener que esperar a que terminaran de cruzar la avenida —.
— El tiempo es escaso, mueve esas piernas.
A penas tuvieron tiempo de ocultarse antes de que los autos continuaran con su marcha interminable. En su trayecto habían previsto la colonia de la naves industriales, ahora las tenían frente a ellos.
— Las maquiladoras de la ciudad, al mero estilo de los campos de concentración. Iremos por la derecha — dijo bomber señalando el mapa —, las rodearemos, he pensado que no es bueno arriesgarnos con los veladores y sus perros.
— Puedo hacer dormir a los veladores y controlar a sus perros.
— No Alfiler, cada vez que usas tus poderes nos arriesgamos a que descubran nuestra ubicación, Prolux esconde muchas armas y enemigos para nosotros.
La vuelta fue en vano, justo al doblar en la primera esquina un grupo de perros los esperaban. Era la jauría que desde hacía una semana paseaba por la ciudad haciendo destrozos sin que la perrera municipal hiciera algo en contra de estos.
Bomber jaló a su amigo al lado más oscuro, pero era demasiado tarde, uno de los perros había escuchado sus pasos diminutos. Éste se acercó hacia el lado en el cual ellos se encontraban, su olor terminaría por delatarlos, el perro se arrimó a un par de metros y justo cuando Bomber iba a saltar para enfrentarlos con sus brazos musculosos, un gato salió de entre una de las cajas que se encontraban junto a ellos. Saltó lanzando un aullido agudo que atrajo la atención de los perros, el gato llegó rápidamente a la acera de enfrente y escaló la reja sin problemas para llegar a la azotea de esa maquiladora. Los perros fueron tras él sin éxito, en ese momento Bomber y Alfiler aprovecharon para escapar. La jauría no supo de ellos, quienes de una sola carrera dejaron atrás el bloque de maquiladoras.
Después de salir de esa zona anduvieron por calles sin pavimento, una colonia con austeras casas de cartón, un lugar en donde las mejores casas eran de madera o lamina. Un raquítico perro salió de entre un montón de cajas solicitando una caricia solitaria que le hiciera su día, Alfiler lo adoptó mientras cruzaron la colonia, después lo envió de regreso a su casa.
— Paremos en el parque, hemos llegado a la mitad del camino, además de las ampollas que estas botas me están sacando.
— Serán los callos, y Alfiler siempre prevenido no olvidó tu lima para rebajarlos — dijo Alfiler quien no pudo aguantar más la carcajada que lo liberó del miedo que había guardado cuando la repentina aparición de los perros —.
Bomber lo sujetó del hombre, se apoyó en él para llegar a la primer banca del parque. También él reía por el comentario que su amigo hizo.
— ¡Ah! Sólo un minuto, esa carrera estuvo bueno, alfiler.
— Estuvimos cerca de no contarlo.
— Sí, ese perro nos descubrió, gracias amigo — Alfiler bajó la mirada ante el agradecimiento de Bomber —. Era casi imposible que los venciera.
— Pensé que no ibas a darte cuenta…
— Esperaba que lo hicieras, aunque no sabía que ese gato se encontraba ahí para salvarnos la vida.


Emiliano despertó en la oscuridad de su habitación, sintió la presencia de algo o alguien oculto en la espantosa oscuridad en la cual se encontraba sumergido su cuarto vigilando sus sueños. Apretó las conijas con todas sus fuerzas, lo sentía cerca de él, olfateándolo, percibiendo su miedo. Pero quién había logrado colarse hasta su habitación si Bomber lo protegía de los secuaces de Prolux.
— ¿Bomber? — su voz se esfumó en la oscuridad —.
— Boooooobeeeeeeeeeerrrrrrrrrr — un espantoso quejido lo obligó a ocultarse bajo las cobijas, el lamento le heló la sangre —.
El quejido desapareció casi al instante, aunque en su cabeza silbaba desafiante el recuerdo su recuerdo, después de un rato se armó de valor para ver fuera de las cobijas. Ahora podía ver su habitación, los oscuros bultos de las cosas y la ventana al patio. Por donde le llegaban los ruidos de la ciudad, también percibió el sonido de las ramas del mezquite, le pareció como si alguien anduviera trepado en el árbol.
Salió de la cama, había algo extraño en los quejidos de esa noche. Al asomar la mirada por la ventana los vio, eran los espantosos Carastistas que había salido del mezquite, la imagen de esos demonios bajando por el tronco del mezquite lo hizo regresar a la cama, de nuevo cubrió su cuerpo con las cobijas. “¿En donde están Bomber y Alfiler?”

Alfiler fue el primero en darse cuenta, lo supo cuando sintió que volaba, cuando se percató que sus pies habían perdido fuerza. Después volteó al cielo y vio la espesa nube que comenzaba a cubrir la ciudad. Bomber también volteó a ver las nubes, la primer gota de lluvia le golpeo justo entre los ojos. Después los dos se difuminaron en la oscuridad hasta que se perdieron de la mirada de los Carastistas que los vigilaban desde un mezquite del parque.


Octavio Ledezma.
Libro de cuentos.

Amuleto
Viernes 12 de Marzo de 2010

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