jueves, 18 de febrero de 2010

Orlando Ochoa Castillo

Nací en una noche soleada. Aún recuerdo muy bien que lo primero que hice fue llorar. No es que no quisiera salir, ni que me hayan lastimado, si no que en ese momento estaba alimentándome de una deliciosa sustancia de mi cordón umbilical, cuando de pronto… digamos que es como si esta mañana, mientras alguno de ustedes comía su cereal, llegara yo y agarrara a martillazos su plato, así que me entró el sentimiento.

Los primeros años de mi vida han sido los más provechosos, en los que hice la mayoría de mis planes a futuro y desarrollé la mayoría de mis empleos. ¿Conocen a los catadores de vinos? Bueno, mi primer trabajo fue algo similar, Catador de Leches. De cualquier leche que me dieran a probar sabía prácticamente todo de ella, desde la marca, calidad, hasta quien la había preparado. En esa etapa mi vocabulario era muy abundante, pero muchas de las palabras las he ido olvidando, supongo que es por culpa de la lectura, eran una serie de sonidos guturales que parecía que nadie entendía, y por esto, ante la desesperación que no saber si la gente entendía mi veredicto sobre la leche reconozco que varias veces fui grosero, ya que en caso de que la leche no me gustara, la hacía volar por los cielos de la forma más graciosas posible e incluso con un olor diferente y un poco semiprocesada. Tal vez por esto me quitaron el empleo, y empezaron a darme de comer otras cosas, con la forma igual a la de la leche, pero de otros colores y sabores.

Estuve desempleado un tiempo, empezaba a creer que el no tener carta de recomendación por lo sucedido en mi primer trabajo me pesaría toda la vida y todos mis planes se irían por un tubo. También estaba el problema del español, que no dominaba, pero este tiempo me sirvió para aprenderlo. Estaba el proyecto para ser astronauta, el de bombero, el de policía, pero por mi corta estatura en ese momento nadie me haría caso, también estaba la idea de tener un hijo o hija, un hermano, hermana o robarme un bebé para jugar, desde luego, esto último siempre y cuando no decidiera ser policía, pues entraría en un gran conflicto moral. Así que decidí tener una hermana.

Inicialmente la quería para jugar, pero lloraba mucho y no sabía hacer nada, era aburrida y solo dormía, no podía ni sentarse, ¿pueden creerlo? Para ese entonces el español ya era mi primera lengua y con mi conocimiento en el área pude tomar el empleo de Psicología Infantil, que era tan necesario en la casa. Al poco tiempo de estudiar el comportamiento de mi hermana ya sabía cuando estaba enojada, cuando tenía hambre o calor, o cuando estaba llena de popó en los pañales. Pero la verdad, mi hermana era muy poco ingeniosa, solo se le ocurría mostrar expresiones en esos casos y cuando alguien le hacía caras y se reía. Cualquier psicólogo infantil de respeto hubiera hecho lo mismo que yo, declararla loca. Cualquier persona que disfrute que le soplen la panza, está loca. Me dí cuenta que ella también hablaba el idioma de los sonidos con la garganta, pero en ese justo instante observé que yo ya no lo hablaba y no he encontrado ningún papá que lo enseñe, como me enseñaron el español. Este trabajo me cansó un poco y renuncié.

Un poco después de eso pensé dedicarme al negocio de la construcción, como mi papá. Él construía casas, yo construía rompecabezas. Con la práctica y experiencia de la profesión ya podía construir el de muchas piezas de muchas hojas. Este empleo era muy bien pagado, pues mi mamá me aplaudía mucho y no lo habría dejado de no habérseme presentado la oportunidad de mi vida: Ser policía.

Ya me habían dado mi arma y mi placa, ya estaba perfeccionando mi puntería, esperaba el momento en que me asignaran mi primer caso, el cual llegó más pronto que tarde. Fue en una casa grande y junto con mis compañeros de profesión tuve que perseguir a los delincuentes durante horas, se me terminaron las balas un par de ocasiones y tuve que recoger del piso las ya usadas, para volverlas a usar. Finalmente los atrapamos, al tiempo justo para que todos fuéramos a cenar, policías, ladrones y mamás. Fue un poco pesado, pues tenía que alternar mi trabajo de policía con el de investigación, en un centro secreto que llamábamos escuela. Tenía muchos árboles, así no se podía ver desde el cielo en un helicóptero y tenía un centro de capacitación para nuevos talentos a un lado. De ahí me transfirieron a otro centro, no tan secreto, pues iba más gente y tenía menos árboles y en la hora del descanso había muchas señoras afuera de las oficinas con comida, cosa que en el otro no pasaba.

Mi trabajo de investigación iba muy bien, y el de policía se volvía tedioso, hasta que un día me entró, lo que llaman, depresión. Era imposible, caí en cuenta que no importaba cuántas veces persiguiera, atrapara y encarcelara a mis delincuentes primos o amigos, al salir libres, volvían a cometer las mismas fechorías. No podía cambiar a la gente y decidí guardar mi placa y mi pistola-no-debes-disparar-a-los-ojos (por qué además de matar al ladrón, podía sacarle un ojo) con todas sus balas amarillas y naranjas.

El trabajo de investigación lo mantuve, pues aunque quisiera, al parecer tenía contrato, por qué me obligaban a ir y me hacían falta 5 años y medio que ya estaban firmados con ese centro. Aunque ese trabajo nunca me incomodó.

Ya que mis primos se reformaron, me invitaron a jugar futbol en un equipo, ciertamente, no era el Real Madrid, a pesar de que también vestíamos de blanco de locales, lo que nunca entendí es por qué de visitantes, cuando los locales usaban blanco, nuestro uniforme era short blanco y sin camisa. Para quienes saben de futbol sabrán que esto es muy extraño, por el simple hecho que no me explico cómo es que el Perro o José Ramón iban a saber quiénes estábamos jugando si no teníamos número en la espalda.

Empecé en la posición de defensa, pero pronto salieron a relucir mis dotes de portero. La mayoría de mis compañeros decían que se debía a mi uniforme de Jorge Campos, pero yo sabía que no, por que cuando entrenaba con mis primos o con mi papá, también era bueno.

Pero mi carrera futbolística duró poco, al parecer otro empresario compró el equipo y nos despidió a todos al instante. Ah, por cierto, tampoco fui seleccionado nacional.

Desconsolado y con mi carrera deportiva en la basura decidí seguir por un tiempo solamente con la escuela. Los años siguientes pasaron un poco rápido y no recuerdo muy bien qué tanto he hecho, pero sin duda, nada tan entretenido como antes.

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